Los Vinos de Sauternes y Barsac: El Renacer del Lujo Dulce de Burdeos en Madrid
Es en pleno corazón de Madrid que arrancó durante este verano la gira europea de los grandes vinos dulces de Burdeos. Sauternes y Barsac, nombres míticos y muchas veces encasillados como “vinos de postre”, sorprendieron en una cena donde todo cambió: el contexto, los maridajes, y sobre todo, las emociones.
Los iconos se quitaron el corsé en un evento organizado por La Commanderie de Bordeaux de Madrid, en el que Miguel Ángel Martín de Enocatas y Javier Fernández Piera contribuyeron a congregar a lo más granado del periodismo gastronómico y la sumillería nacional para disfrutar de algunos de los châteaux más prestigiosos de la clasificación de 1855.
Aunque no asistí a la cata técnica matinal, sí viví la cena oficial que cerró la jornada. Y vaya si valió la pena… Los vinos estaban ahí, las personas que día a día mantienen la magia también. Y no como excusa para el brindis final, sino como protagonistas de una armonía inesperada: desde una copa de bienvenida fresca y floral —como la de Château La Tour Blanche 2022— hasta la complejidad profunda y casi meditativa de Château Guiraud 2008, presentado en mesa por su equipo con pasión y orgullo.
La Experiencia en Mesa: El Diálogo Personal con Sauternes
Y es que ver a los bodegueros explicar cada vino en persona, copa en mano, acompañando los platos, fue todo un privilegio. Nada de discursos técnicos. Aquí se hablaba de historia, clima, pasión, y sobre todo, de cómo abrir una nueva etapa para unos vinos que merecen salir del nicho.
El chef Diego Guerra en Mom Culinary Center diseñó un menú libre y provocador: caballa cítrica en ceviche, berberechos al curry verde de espárrago, ameixón con Tom Yum, pulpo, sardiñada, entraña con marinado japonés, alitas de pollo tandoori, churrasco con chimichurri… y una tabla de quesos gallegos con Arzúa-Ulloa, San Simón ahumado, Tetilla y Cebreiro que hizo de contrapunto lácteo perfecto para los botrytis.
Y sí, funcionó. En cada plato, el Sauternes encontraba su sitio. A veces por contraste, otras por afinidad. Lo que quedó claro es que estos vinos tienen músculo, acidez, frescura y elegancia suficiente para recorrer toda una comida salada de principio a fin. Una copa de Château La Tour Blanche abría sonrisas. Château Guiraud emocionaba con su profundidad y equilibrio. Château Sigalas-Rabaud aportaba una mineralidad inesperada. Cada bodega defendió su identidad con voz propia, sin copiarse entre sí.
El Milagro Climático y la Nueva Vida de Sauternes
Y lo más interesante: no hubo apenas botellas sin terminar. Los vinos gustaban, sorprendían, hacían hablar. Sumilleres, chefs, periodistas y amantes del vino estaban disfrutando —de verdad— algo que muchas veces se reserva solo para el momento dulce. Qué error… Quizá sea momento de dejar de pensar en los Sauternes como un vino exclusivo “para ocasiones especiales” o “para después del postre”. Esta experiencia lo confirmó: su potencial gastronómico es altísimo, su calidad indiscutible, y su carácter noble, único.
Con apenas un 1,5 % de la producción bordelesa, estos vinos son el resultado de un milagro climático: nieblas matinales que permiten a la botrytis hacer su magia, sol que seca las uvas a media mañana, vendimias grano a grano, envejecimientos en barrica y tiempo, mucho tiempo.
Y sin embargo, lo que deberían ser joyas codiciadas, muchas veces permanecen ignoradas. ¿Por qué? ¿Por dulces? ¿Por antiguos? Nada más lejos. Los Sauternes bien hechos —y en Madrid había varios— son vinos vivos, vibrantes, modernos en su fondo aunque clásicos en su forma.
La Recomendación: Sin Prejuicios, con Pasión
Es hora de poner a los Sauternes de nuevo en carta. De venderlos por copas. De sugerirlos con quesos, pescados, foie, mollejas, platos especiados, cocina peruana o japonesa. De atreverse con ellos en casa, en cenas de verano, o mientras se cocina. Y también, por qué no, de disfrutar de su parte más hedonista. Porque sí: una copa de Château Suduiraut al atardecer sigue siendo uno de los grandes placeres líquidos de la vida. Pero ahora sabemos que también va con churrasco.
En un país como España con gran tradición vinícola propia pero también con una nueva generación que busca experiencias distintas, el Sauternes puede encontrar su lugar. Ya sea como alternativa sofisticada al vermut, como acompañante inesperado de platos salados, o como vino de meditación.
Las condiciones están dadas. Falta que quienes contamos historias líquidas lo contemos mejor. Que sumilleres lo defiendan con la misma energía con la que lo sirvieron esa noche. Que las tiendas apuesten por mostrarlo abierto. Y que los consumidores se dejen llevar sin prejuicios. Porque como alguien dijo al final de la noche, levantando su copa dorada bajo las estrellas: “esto no es un vino dulce, es emoción fermentada”.
